La exacerbada militarización de Esparta nos mueve a considerarla como belicista, dispuesta siempre a castigar al menor pretexto y a lanzarse sobre sus pacíficos vecinos. En cierto modo, así fue como se formo el estado: los espartanos estaban en plena expansión y tenían que adquirir nuevas tierras para repartírselas. Pero la situación cambio con el tiempo.
Al comprender que la guerra resultaba más costosa que beneficiosa y causaba pérdidas irreparables, los espartanos sólo tomaron las armas cuando la lucha era poco menos que inevitable.
Cuando los espartanos eran todavía un pueblo de conquistadores, una región vecina, la fértil Mesenia, les tentaba de continuo. La guerra acabó por estallar, echando como suele hacerse en estos casos la culpa a los mesenios. La lucha fue larga y penosa. Fueron necesarios veinte años para que los espartanos pudieran despejar de mesenios las montañas circundantes y los supervivientes fueron reducidos al estado de ilotas y obligados a trabajar las tierras que antes les pertenecían en beneficio de los vencedores.
La sumisión de los mesenios y la consecuente victoria en las Guerras Mesenias convirtió a Esparta en el Estado más poderoso de Grecia, por lo que en el siglo VI a.c. los espartanos consiguieron persuadir a casi todos los demas pueblos del Peloponeso a unirse en la llamada Liga del Peloponeso, cuyo ejército estaba bajo el mando de los reyes espartanos.
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